martes, 25 de septiembre de 2012

La lapicera



La lapicera que no faltaba a la verdad,
por todas sus preocupaciones
terminó dentro del lavarropas.
Salió una hora más tarde y la tiraron
al secarropas junto con un par de ‘jeans’ viejos
y una camisa a cuadros.
Los días pasaron y ella permaneció
recostada tranquilamente sobre el escritorio
 que estaba frente a la ventana.
Ella pensaba que estaba totalmente agotada.
Sin convicciones. Sin voluntad.
Una mañana, poco antes del amanecer,
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
‘‘Los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la luna’’.
Después de este esfuerzo
se quedó muy quieta,
nuevamente vacía, su utilidad
terminada.

Él la sacudió,
la golpeó sobre la tapa del escritorio.
 La dejó a un lado.
Abandonó las pretensiones de hacerla trabajar
o casi todas.
Sin embargo
ella realizó un nuevo esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
 Esto es lo que escribió:
‘‘Un viento suave, y más allá del ventanal
los árboles flotan en el dorado aire de la mañana’’.

Él trató de hacerla escribir algo más,
 pero eso fue todo. La lapicera
dejó de escribir, definitivamente.
Él la puso con otras cosas inservibles
en el incinerador.
El tiempo transcurrió, días o meses,
y fue otra lapicera
una que todavía no había demostrado nada
la que con facilidad escribió:
‘‘La oscuridad se posa en las ramas.
Quedate muy quieto, no salgas de la casa,
                                                                   quedate muy quieto...’’



   (Raymond Carver)

sábado, 22 de septiembre de 2012

Tus caricias...


Y tus caricias suelen pasearme por el cuerpo
como aguerridos aviones de combate,
decididas y firmes en la nocturnidad.
Atrayendo la mirada de todos cuando
vuelan alto, o van a la guerra.
Camuflando la intención y disimulando
los escudos...
Así son tus caricias; se aparecen de repente en plena mañana,
cuando vamos en el tercer asiento de un colectivo o a la tardecita,
cuando la luz del día ya se está poniendo el piyama.
Y yo me rindo, se bifurcan mis pretextos,
se esconden mis espinas, huyen mis acentos.
Caricias de emergencia, con luces, parpadeando pedidos. 
Caricias silvestres que gritan pétalos por doquier.
Así son y así las busco:
con sabor a coca cola, floreadas,
con rejas, o claras como un charco recién formado.
Tus caricias me pasean por el cuerpo,
como milenios enteros, forrados en papel araña.
Caben en el hueco de un botón, y a la vez son
inmensas como una galaxia.
Son caricias de llovizna,
son como mariposas posando sus patitas en mi arena.

        (texto propio)

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Aquí están tus recuerdos


Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín
donde la hierba canta todavía

y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra. Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.

-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro
.
¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?

¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.

Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.



(Olga Orozco)


domingo, 16 de septiembre de 2012

Las cosas que no digo


las cosas que no digo
porque no las decís vos
lo que no hago
porque es tu turno
las manos que no tiendo
porque no sé si están las tuyas
del otro lado
(aunque estén)
las veces que no te llamo
porque no oigo tu voz
del otro lado, llamándome
las canciones que no te canto
porque se me desnuda el alma
y quizás tus ojos no la vean
y la dejen ahí, muriendosé de frío
los mensajes que no te mando
ni en botellas ni con palomas
porque te toca a vos, la pelota
está en tu cancha y me quedo
con cosas que no te digo
con sueños que no te cuento
con besos que no te doy
con preguntas que no te hago
porque me da miedo
que no me digas
que no me sueñes
que no me beses
que no respondas
(que no te quedes)


(Cristina Schwab) 


domingo, 9 de septiembre de 2012

La última vez

 


Darío Sztajnszrajber es filósofo. Es docente de la UBA en la materia Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado, dicta clases en FLACSO en Posgrados presenciales y virtuales de las áreas de Comunicación y de Educación, donde además es el Coordinador Académico del Posgrado en Gestión y Política Cultural.
Es el conductor del programa Mentira la verdad, por Canal Encuentro, del cual además es coguionista.
Colaborador del Diario Clarín, la Revista Noticias, y otras publicaciones en medios.

La última vez

¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste? No buscando una respuesta ni encontrando una certeza, sino la última vez que te escapaste de lo cotidiano y te detuviste. No por cansancio ni por desidia, sino porque sí. ¿Cuándo fue la última vez que te detuviste y dejaste que todo a tu alrededor flotara? Como quien se anima a desconectar las cosas, a quitarles su carácter de utilidad, a sacarlas de la lógica del cálculo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo que no sirviera para nada? Para nada ni para nadie, ya que las servidumbres se presentan de formas muy misteriosas. Algo que no fuese pensado desde la ganancia, el interés o el egoísmo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo porque sí? No porque te convenía o porque lo necesitabas, o incluso porque lo querías; sino porque sí. O al revés: ¿cuándo fue la última vez que la casualidad hizo con vos algo? No algo productivo, ni profundo, ni siquiera algo en sentido estricto. ¿Cuándo fue la última vez que le diste un abrazo a alguien? No a tus seres queridos ni a personas conocidas, sino a “alguien”, no importa a quien. ¿Cuándo fue la última vez que diste? No importa qué. Un regalo no vale por lo que es, sino que vale en tanto regalo. Un regalo no vale. Un regalo no es. Se da y no vuelve. ¿Cuándo fue la última vez que te abriste? ¿O que no te cerraste? ¿O que demoliste tus puertas? ¿O que dejaste entrar al indigente? ¿O que ese otro irrumpió en vos y te llevó puesto? ¿Cuándo fue la última vez que recordaste? No cuando vence la factura de gas o la fecha del examen, sino que te recordaste como una trama, como una huella, como parte del relato en el que te ves inmerso, como el deseo de querer seguir narrándote. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste? Simplemente lloraste. De alegría, de tristeza, da igual. Llorar, como quien expresa en ese acto primitivo la existencia viva; como quien solicita, pide, ruega, pero no reclama, ni exige, ni cree merecer.¿Cuándo fue la última vez que te perdiste? No en esta calle o en este trabajo o con este proyecto compartido. Perderse, dejándose llevar por ese acontecimiento imprevisible, dejándolo ser. El mundo está repleto de carteles y señales. El mundo está lleno de héroes que te proponen un formato industrial del ser uno mismo y una carrera exitosa basada en el afianzamiento de lo que sos. No importa qué sos, sino abroquelarte en lo tuyo, o en los tuyos, y sobre todo erigir los muros que hacen del otro y de lo otro algo invisible. Por eso perderse, como quien pasea sin rumbo, o habla con una tortuga, o le pide perdón a un helado por comérselo. Como quien se baja del colectivo para caminar por esas calles extrañas, como quien encuentra una mirada que lo devuelve para adentro y cae en el abismo. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste miedo? No por lo que te pudiera pasar, sino por pensar que tal vez nunca no te pasara nada. ¿Cuándo fue la última vez que preferiste la nada al ser, un olor a un concepto, un insomnio a un ansiolítico, un árbol viejo a un ascensor? ¿Cuándo fue la última vez que te traicionaste, que te animaste, que transgrediste, que te lanzaste, que tuviste un sueño, que creíste, que descreíste, que te arrepentiste, que te afirmaste, que te cuestionaste, que soltaste lo propio y te abriste a la pregunta? ¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste?

         Darío Sztajnszrajber

PD: Para pensar un poco...

jueves, 6 de septiembre de 2012

Lluvia



Éste es un poema de Raúl Gonzalez Tuñón poeta Argentino, nacido en Buenos Aires (1905-1974). Periodista y viajero. Fué uno de los primeros autores que incorporó el lunfardo a la poesía. 

                        LLUVIA

Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
     Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
     De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
     De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.
     Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
      No habían despertado todavía al amor.
      No sabían nada de nosotros.
      De nuestro secreto.
      Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
      Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
        Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
        Te quiero con toda la furia de la lluvia.
        Te quiero con todos los violines de la lluvia.
        Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
        Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan mía.
         Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
         Oh, visitante.
          Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
          Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
          Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
          Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
          Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
          Oh, visitante.
          Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
          Estoy tocado de tu destino.
          Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
          Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
          Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
            La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Oh, íntima, recóndita alegría.
            Estoy tocado de tu destino.
            Oh, lluvia. Oh, generosa.



   PD: espero que les guste!

            

martes, 4 de septiembre de 2012

Jueves extraviado


Eso de llegar nunca a tiempo y siempre al borde...
y mientras que llegas, vas conversando con el eco de tus ganas estampadas en el suelo.
Ellas hacen un oleaje que intenta distraer tu jueves extraviado,
no se alcanza a oir el grito del pasado y
se duerme la hora exacta abrazando la tragedia,
y de repente no sabes,
no sabes de memorias, ni de cuerpos deshojados
ni tampoco de vínculos, y menos de "trazados",
sólo sabes de un dialogo acuoso que bordea la penumbra.
Lo que acompaña tu deseo está en los árboles,
en el color sanguinolento de sus hojas,
en la aventura de escalar intentos y simulacros.
Llegarás nunca al borde y siempre a tiempo a tus propias miserias.
Al apurar tus pasos para zafar de ese falso y cruel devenir que te persigue,
vas a encontrarte con el lugar al que íbas; y por una vez en tu vida,
vas a seguir de largo, para poder seguir conversando 
con el eco plumoso de tus ganas
y liberandote en los acordes de un insolente jueves extraviado.

         (texto propio)