El cuerpo inerte yacía a treinta centímetros de la mesa de roble lustrada, sobre una antigua alfombra bordeaux que tenía borrosas guardas color aceituna. La casa era una antigua construcción de estilo europeo medieval. Sus habitaciones eran muy oscuras y el vaho a humedad golpeaba al entrar como una estocada entre los ojos. La casa estaba ubicada en la zona baja de la cuidad. Cuando la policía traspuso la puerta principal, y sus ojos se acostumbraron a la escasa luz, pudieron divisar el cadáver que lucía impecablemente vestido a simple vista.
Recorrieron
el lugar, observando con cuidado cada rincón y hubo algo que llamó la atención
de los investigadores: estaban revueltos sólo los dos estantes superiores de la
biblioteca del recinto. Al voltear el cuerpo vieron una rasgadura en la ropa y
un hilo de sangre comenzaba a bajar por la espalda. Con suerte sólo había
pasado una hora desde que ocurrió el hecho. La policía alertada por un vecino
que había escuchado ruidos muy extraños, había llegado velozmente a la escena
del crimen, y habían dispuesto una faja de seguridad para impedir la entrada a
la propiedad.
Mientras
que algunos guardias uniformados vigilaban la entrada principal, los peritos
hacían su trabajo dentro de la casa.
Los
efectivos realizaron mediciones, y utilizaron todos los instrumentos que
poseían para averiguar la procedencia de la herida, y nada pudo ayudarles.
Evidentemente
no era un arma convencional. Ni siquiera de ésta época.
Intentaron
hallar rastros de algún metal o del material con la que había sido construida
para poder guiar la investigación hacia algo seguro y poca fue la suerte.
Los
forenses aseguraron que por el ancho y por la profundidad de la herida, era una
daga.
Sin
duda era un arma de estoque, y al parecer no hubo riña alguna. En primera
instancia, la carátula fue robo. Con el correr de las horas, Más parecía un
homicidio que otra cosa.
Todo
parecía estar en orden. Salvo los dos estantes.
En
uno de esos estantes, uno de los jefes, halló un estuche abierto y en el piso
unas hojas de papel con ilustraciones, que contenían al parecer una historia.
El
estuche, era una pequeña caja de madera forrada con cuerina gris.
El
artefacto tendría treinta y cinco centímetros de largo por diez de ancho.
Llevaron
inmediatamente al laboratorio las pruebas, envueltas en bolsas de polietileno.
Comenzaron
a llegar los parientes de la víctima, y
fueron concentrándose en pequeños grupos de a cinco o seis integrantes
repartiéndose entre el frente y el patio de la casa. Todos ellos, llegado el
momento relataron a los interrogadores que el propietario era coleccionista de
objetos antiguos y tenía en su poder libros y armas medievales de mucho valor.
Una
mujer que dijo ser su sobrina, abandonó uno de los grupos en los que estaban
reunidos los familiares, lentamente se acercó a uno de los polis que rondaban
por ahí y con una actitud cautelosa le interrogó acerca de la forma en que
había muerto su tío.
A
lo que el uniformado respondió:
-
Parece ser un robo, y el ladrón atacó por la espalda a su tío (éstas palabras llevaban una fuerte carga emocional, ya que éste policía desconocía cual podría ser
la reacción de la mujer).
Luego
de los interrogatorios a los miembros de la familia, la investigación tomó
rumbo hacia las hojas del libro halladas y los dibujos que éstas poseían.
Al
día siguiente muy temprano a la mañana se recibieron los reportes de los
peritos forenses. Eran tres reconocidos profesores: Un documentólogo y dos criminólogos
que dictan clases en una universidad privada.
Ellos
habían cotejado datos y mediciones del estuche con información de libros
antiguos, hasta dar con el parecido del arma en cuestión.
Los
tres coincidieron en que el arma robada era una daga llamada “Baselard” de
procedencia alemana. Utilizada por los hombres de armas de la Edad media, y que era un arma
de corte y estoque. Usada como defensa en los enfrentamientos cerrados o cuerpo
a cuerpo.
Al
ser un objeto original poseía un valor histórico y monetario muy elevado.
Al
parecer podría haber sido una transacción comercial que desembocó en
desacuerdo. También hallaron dos pares de huellas parciales en las hojas, y estaban
tras la identidad del asesino.
Transportaron
las huellas a una plantilla y ésta había sido enviada al laboratorio.
En
algunas horas más tendrían los resultados.
Mientras
todo esto ocurría, en la casa de una pequeña finca a 15 Km. de la ciudad,
alguien le echaba otra cucharada más de chocolate a su capuccino luego de
terminar el trabajo de cavar en el patio (bajo la imagen de yeso de un
duendecito de jardín) un pozo de unos 40 centímetros de profundidad y arrojar
allí una bolsa negra. Aprovechó el frío de la tarde para sentarse en su sillón
preferido y lustrar con una franela amarilla la hoja mientras disfrutaba de la
bebida caliente…
Debía
estar limpia para ser tasada y rápidamente vendida en el mercado negro.
Deshacerse
del objeto a cambio de una cuantiosa suma de dinero le ayudaría en sus planes…
Los
informes llegaron pocas horas después y fueron depositados sobre el escritorio
del jefe de la investigación.
Éste,
abrió lentamente el sobre y mientras apuraba una lata de coca cola que ya
estaba empezando a perder el gas, leyó una frase que lo dejó perplejo:
Uno
de los pares de huellas reconstruidos, pertenecían a un femenino. El
laboratorio había guardado las otras muestras a modo de prevención.
El
trabajo de escaneo de huellas y la identificación posterior llevaría un par de
días.
El
trabajo comenzó de inmediato en una de las tantas computadoras de la oficina de
registros de la policía; al cabo de 15 horas de búsqueda, el nombre
correspondiente a esas huellas, figuraba como “fallecida” hacía 3 años atrás en
un accidente automovilístico (2010).
Todos
los investigadores quedaron sorprendidos y confusos ante la complejidad y
rareza de los hechos.
Uno
de ellos tomó la iniciativa y propuso la localización y exhumación del cadáver;
pero esto requeriría más personal y una autorización del municipio.
El
hombre de la finca era el socio del hombre muerto, siempre había sido un hombre
ambicioso al punto de olvidarse a veces de la amistad y los códigos entre
amigos. Sus planes de pertenecer a la mafia europea de antigüedades y mudarse a
vivir al viejo continente le había llevado a cometer dos crímenes atroces.
Por
fin tramitaron y recibieron la autorización para revisar el cadáver de la
supuesta autora del hecho.
Cuando
esto hubo ocurrido, habían tres detectives de alto rango sirviendo de testigos
en el sitio además de las dos personas que realizaban la excavación y el jefe
de la brigada.
Boquiabiertos
quedaron todos cuando vieron que al cadáver en cuestión estaba mutilado.
Le
faltaba la mano derecha. Le habían cortado a la altura de la muñeca.
Ahora
entendieron todos de donde procedían las huellas.
El
jefe empezó a insultar a diestra y siniestra la maniobra y a quién la hubiera
realizado; habían hecho quedar a todo el departamento de policía como unos
estúpidos.
La
prensa seguramente haría bromas muy pesadas al respecto.
Urgentemente,
y para salvar la reputación del equipo, éste hombre que era el que dirigía las
investigaciones mandó a por el otro par de huellas.
Tenían
que develar a toda velocidad si pertenecían a otra persona, era la única
alternativa que les quedaba.
Se
comunicó por radio con la gente que había había hecho el trabajo la vez
anterior, y sin dar muchos detalles comunicó la necesidad y urgencia de los
resultados.
Doce
horas más tarde, ya con los nervios alterados mal dormido y sin haber probado
más que un paquete grande de papas fritas y una botella de agua, recibió el
informe telefónicamente.
Efectivamente,
Había otro implicado en todo esto.
Realizaron
la búsqueda de nombre y se encontraron con que las huellas pertenecían a un
hombre que según toda la familia era el socio del fallecido.
Leyeron
los expedientes del tipo en cuestión para averiguar datos de domicilio y posibles
contactos. Juntaron las declaraciones de la familia y supieron de la pequeña
finca.
Arribaron
siete patrullas y cuatro motos a “La escondida” a 15 kilómetros de la ciudad.
Lo
cercaron de madrugada, para no darle tiempo ni posibilidad de escape.
Lo
sorprendieron en la cama, abrazado a la sobrina de la víctima, aquella que
había fingido desconocer la forma en que había muerto su tío…
(Texto propio)
Muy bien!
ResponderEliminarGracias san!
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