martes, 24 de septiembre de 2013

Una cuestión medieval


El cuerpo inerte yacía a treinta centímetros de la mesa de roble lustrada, sobre una antigua alfombra bordeaux que tenía borrosas guardas color aceituna. La casa era una antigua construcción de estilo europeo medieval. Sus habitaciones eran muy oscuras y el vaho a humedad golpeaba al entrar como una estocada entre los ojos. La casa estaba ubicada en la zona baja de la cuidad. Cuando la policía traspuso la puerta principal, y sus ojos se acostumbraron a la escasa luz, pudieron divisar el cadáver que lucía impecablemente vestido a simple vista. 
Recorrieron el lugar, observando con cuidado cada rincón y hubo algo que llamó la atención de los investigadores: estaban revueltos sólo los dos estantes superiores de la biblioteca del recinto. Al voltear el cuerpo vieron una rasgadura en la ropa y un hilo de sangre comenzaba a bajar por la espalda. Con suerte sólo había pasado una hora desde que ocurrió el hecho. La policía alertada por un vecino que había escuchado ruidos muy extraños, había llegado velozmente a la escena del crimen, y habían dispuesto una faja de seguridad para impedir la entrada a la propiedad.
Mientras que algunos guardias uniformados vigilaban la entrada principal, los peritos hacían su trabajo dentro de la casa.
Los efectivos realizaron mediciones, y utilizaron todos los instrumentos que poseían para averiguar la procedencia de la herida, y nada pudo ayudarles.
Evidentemente no era un arma convencional. Ni siquiera de ésta época.
Intentaron hallar rastros de algún metal o del material con la que había sido construida para poder guiar la investigación hacia algo seguro y poca fue la suerte.  
Los forenses aseguraron que por el ancho y por la profundidad de la herida, era una daga.
Sin duda era un arma de estoque, y al parecer no hubo riña alguna. En primera instancia, la carátula fue robo. Con el correr de las horas, Más parecía un homicidio que otra cosa.
Todo parecía estar en orden. Salvo los dos estantes.  
En uno de esos estantes, uno de los jefes, halló un estuche abierto y en el piso unas hojas de papel con ilustraciones, que contenían al parecer una historia.
El estuche, era una pequeña caja de madera forrada con cuerina gris.
El artefacto tendría treinta y cinco centímetros de largo por diez de ancho.
Llevaron inmediatamente al laboratorio las pruebas, envueltas en bolsas de polietileno.
Comenzaron a llegar los parientes de la víctima,  y fueron concentrándose en pequeños grupos de a cinco o seis integrantes repartiéndose entre el frente y el patio de la casa. Todos ellos, llegado el momento relataron a los interrogadores que el propietario era coleccionista de objetos antiguos y tenía en su poder libros y armas medievales de mucho valor.  
Una mujer que dijo ser su sobrina, abandonó uno de los grupos en los que estaban reunidos los familiares, lentamente se acercó a uno de los polis que rondaban por ahí y con una actitud cautelosa le interrogó acerca de la forma en que había muerto su tío.
A lo que el uniformado respondió:
- Parece ser un robo, y el ladrón atacó por la espalda a su tío (éstas palabras llevaban una fuerte carga emocional, ya que éste policía desconocía cual podría ser la reacción de la mujer).
Luego de los interrogatorios a los miembros de la familia, la investigación tomó rumbo hacia las hojas del libro halladas y los dibujos que éstas poseían.
Al día siguiente muy temprano a la mañana se recibieron los reportes de los peritos forenses. Eran tres reconocidos profesores: Un documentólogo y dos criminólogos que dictan clases en una universidad privada.  
Ellos habían cotejado datos y mediciones del estuche con información de libros antiguos, hasta dar con el parecido del arma en cuestión.
Los tres coincidieron en que el arma robada era una daga llamada “Baselard” de procedencia alemana. Utilizada por los hombres de armas de la Edad media, y que era un arma de corte y estoque. Usada como defensa en los enfrentamientos cerrados o cuerpo a cuerpo.
Al ser un objeto original poseía un valor histórico y monetario muy elevado.
Al parecer podría haber sido una transacción comercial que desembocó en desacuerdo. También hallaron dos pares de huellas parciales en las hojas, y estaban tras la identidad del asesino.
Transportaron las huellas a una plantilla y ésta había sido enviada al laboratorio.
En algunas horas más tendrían los resultados.
Mientras todo esto ocurría, en la casa de una pequeña finca a 15 Km. de la ciudad, alguien le echaba otra cucharada más de chocolate a su capuccino luego de terminar el trabajo de cavar en el patio (bajo la imagen de yeso de un duendecito de jardín) un pozo de unos 40 centímetros de profundidad y arrojar allí una bolsa negra. Aprovechó el frío de la tarde para sentarse en su sillón preferido y lustrar con una franela amarilla la hoja mientras disfrutaba de la bebida caliente…
Debía estar limpia para ser tasada y rápidamente vendida en el mercado negro.
Deshacerse del objeto a cambio de una cuantiosa suma de dinero le ayudaría en sus planes…
Los informes llegaron pocas horas después y fueron depositados sobre el escritorio del jefe de la investigación.
Éste, abrió lentamente el sobre y mientras apuraba una lata de coca cola que ya estaba empezando a perder el gas, leyó una frase que lo dejó perplejo:
Uno de los pares de huellas reconstruidos, pertenecían a un femenino. El laboratorio había guardado las otras muestras a modo de prevención.
El trabajo de escaneo de huellas y la identificación posterior llevaría un par de días.
El trabajo comenzó de inmediato en una de las tantas computadoras de la oficina de registros de la policía; al cabo de 15 horas de búsqueda, el nombre correspondiente a esas huellas, figuraba como “fallecida” hacía 3 años atrás en un accidente automovilístico (2010).
Todos los investigadores quedaron sorprendidos y confusos ante la complejidad y rareza de los hechos.
Uno de ellos tomó la iniciativa y propuso la localización y exhumación del cadáver; pero esto requeriría más personal y una autorización del municipio.
El hombre de la finca era el socio del hombre muerto, siempre había sido un hombre ambicioso al punto de olvidarse a veces de la amistad y los códigos entre amigos. Sus planes de pertenecer a la mafia europea de antigüedades y mudarse a vivir al viejo continente le había llevado a cometer dos crímenes atroces.
Por fin tramitaron y recibieron la autorización para revisar el cadáver de la supuesta autora del hecho.
Cuando esto hubo ocurrido, habían tres detectives de alto rango sirviendo de testigos en el sitio además de las dos personas que realizaban la excavación y el jefe de la brigada.
Boquiabiertos quedaron todos cuando vieron que al cadáver en cuestión estaba mutilado.
Le faltaba la mano derecha. Le habían cortado a la altura de la muñeca.
Ahora entendieron todos de donde procedían las huellas.
El jefe empezó a insultar a diestra y siniestra la maniobra y a quién la hubiera realizado; habían hecho quedar a todo el departamento de policía como unos estúpidos.
La prensa seguramente haría bromas muy pesadas al respecto.
Urgentemente, y para salvar la reputación del equipo, éste hombre que era el que dirigía las investigaciones mandó a por el otro par de huellas.
Tenían que develar a toda velocidad si pertenecían a otra persona, era la única alternativa que les quedaba.
Se comunicó por radio con la gente que había había hecho el trabajo la vez anterior, y sin dar muchos detalles comunicó la necesidad y urgencia de los resultados.
Doce horas más tarde, ya con los nervios alterados mal dormido y sin haber probado más que un paquete grande de papas fritas y una botella de agua, recibió el informe telefónicamente.
Efectivamente, Había otro implicado en todo esto.
Realizaron la búsqueda de nombre y se encontraron con que las huellas pertenecían a un hombre que según toda la familia era el socio del fallecido.
Leyeron los expedientes del tipo en cuestión para averiguar datos de domicilio y posibles contactos. Juntaron las declaraciones de la familia y supieron de la pequeña finca.
Arribaron siete patrullas y cuatro motos a “La escondida” a 15 kilómetros de la ciudad.
Lo cercaron de madrugada, para no darle tiempo ni posibilidad de escape.
Lo sorprendieron en la cama, abrazado a la sobrina de la víctima, aquella que había fingido desconocer la forma en que había muerto su tío…

(Texto propio)
         

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